viernes, agosto 31, 2007

Para comprender el nuevo siglo

Carlos Antonio Aguirre Rojas, Para comprender el siglo XXI: Una gramática de la larga duración , El Viejo Topo, 2005. 214 pp. 

En los difíciles momentos que vive la humanidad, en los inicios del siglo XXI, es posiblemente más necesario que nunca no sólo ver más allá de los océanos de mentiras y banalidades con que nos "informan" los grandes medios, sino superar las visiones periodísticas y de tiempo corto de los mismos. Para esa labor de crítica la historia es de especial utilidad, por su análisis global y de temporalidad media y larga, que van más allá de lo meramente coyuntural. 

No son pocos los aportes de autores como Wallerstein y Braudel a la comprensión del desarrollo del capitalismo y de la mal llamada globalización actual. Una de las virtudes del libro que reseño -del investigador y profesor de la Universidad Autónoma de México Carlos Aguirre Rojas, autor de una prolífica obra de historiografía y director de la revista Contrahistorias- es sintetizar esas claves para comprender el mundo actual y sus perspectivas a mediano plazo. 

En la introducción de su obra, Aguirre presenta una "perspectiva histórico-crítica" de la llamada globalización o mundialización. Dado que varios de sus postulados son desarrollados luego en varios de los capítulos del libro, me detendré a reseñarlos. 
El autor anota cómo la mayoría de científicos sociales no cuestiona el concepto de globalización, pese a lo impreciso de su definición. En efecto, aún entre los grupos críticos de la globalización, es común pensar que ella es inevitable. Aceptar el concepto de globalización implica ver el capitalismo actual en términos positivos , porque se lo ve como una nueva etapa de un sistema en desarrollo triunfante. Entonces, a la par que se aplauden sus logros, se exige a todas las sociedades adaptarse a ella y sus consecuencias.


Sin embargo, Aguirre señala con acierto cómo las expresiones o manifestaciones pretendidamente originales de la globalización, en realidad se remontan en últimas a los orígenes del capitalismo moderno en el siglo XVI. Por otro lado, casi nunca los teóricos de la globalización mencionan la crisis general y múltiple de la "civilización capitalista mundial" de los últimos 30 años, que parece anunciar "su crisis terminal definitiva, y su entrada evidente dentro de una clara situación de transición histórica global ." (pág. 17) 


Aguirre sugiere que en vez de insistir en la "cultura global", se debería profundizar en el análisis de la significación profunda de la revolución cultural mundial de 1968 y la entrada en crisis del conjunto de la cultura burguesa. Señala la pertinencia de precisar en qué momento en los ciclos económicos se encuentra hoy la economía mundial y su perspectiva. Partiendo de que en la larga duración los próximos 50 años la tendencia será depresiva, los movimientos sociales tendrán que replantearse para enfrentar sus consecuencias. Llama a teorizar -frente a la según él previsible desaparición del Estado moderno y la política- sobre "cómo es que lo social habrá de reabsorber de nuevo esas funciones que ha dejado de cumplir lo político." (pág. 23) Según Aguirre, la crisis y límites del proyecto de la civilización capitalista europea, manifestada en la revolución cultural mundial de 1968, ha abierto la posibilidad del diálogo intercivilatorio mundial. También se abre paso la necesidad de replantear el sistema de saberes y conocimientos, que también entró en crisis en 1968. Entonces llama al análisis de los anteriores problemas, en vez de continuar repitiendo los conceptos -de dudosa utilidad- de globalización y mundialización. 

En el primer capítulo del libro ("Balance crítico del siglo XX histórico"), frente a las dos caracterizaciones más conocidas sobre el siglo XX histórico -un "breve siglo XX" y un "largo siglo XX"- el autor propone un muy largo siglo XX histórico , entre 1848 con un posible final entre 2030 y 2050, cuyo proceso central guardaría relación con la "rama descendente del proyecto de la modernidad burguesa" (pág. 34), que sigue al "movimiento ascendiente y progresista de la modernidad burguesa" iniciado en el siglo XVI. Postula "la existencia de una lenta desestructuración y vaciamiento de contenido de todas las diversas formas y expresiones sociales del capitalismo, con la también lenta construcción de las diversas premisas y prerrequisitos necesarios para la edificación de un nuevo sistema histórico no capitalista." (págs. 35-6) 

Para la periodización del siglo XX histórico, se inclina el autor a considerar como parteaguas o corte más significativo la "revolución cultural mundial" de 1968-1973, que ha supuesto una "crisis general de todas las estructuras de la civilización burguesa moderna" (págs. 43-4). Con relación a la última etapa iniciada en 1989, este historiador sugiere inscribirla en el proceso de decadencia norteamericana y de "crisis final del capitalismo", pero igualmente plantea que el corte de 1989-91 supone la "crisis definitiva" de las viejas izquierdas ortodoxas, al tiempo que destaca el impulso reciente de diferentes movimientos sociales anticapitalistas nuevos, de características radicalmente distintas a la izquierda tradicional. 

A estas alturas es clara la importancia que le concede Aguirre a lo que él denomina "revolución cultural" de 1968- 1973, "la gran ruptura", al que dedica el segundo y tercer capítulos. A diferencia de algunas interpretaciones iniciales que reducían a 1968 a un simple movimiento estudiantil o social efímero, para Aguirre fue "el inicio de una coyuntura excepcional, desplegada en el mundo entero y vivida como una coyuntura profundamente revolucionaria, en tanto que cargada de mutaciones y de cambios realmente radicales, que afectando a todas las dimensiones del tejido social, y a todo el conjunto global de las estructuras civilizatorias de las sociedades contemporáneas, ha tenido una primera conclusión, igualmente decisiva, con los procesos y acontecimientos simbolizados en el también emblemático año de 1989." (pág. 57) 

Interrogándose sobre la "amplitud planetaria y casi simultaneidad de la revolución de 1968", Aguirre lo asocia con un "doble proceso de modificación del rol de la universidad y de transformación de su estructura de composición interna" (pág. 66). Otra cuestión central es que el "nuevo sector social estudiantil" se convierte "en un actor social fundamental dentro de las sociedades contemporáneas ." (pág. 67) Un tercer punto es que las demandas específicas de esos movimientos tuvieron que ver en gran parte con la esfera cultural. Un cuarto tema es el de sus resultados. Al margen de su derrota en lo inmediato, en un nivel temporal más profundo "han triunfado indudablemente", porque las instituciones culturales de la escuela, la familia y los medios de comunicación se transformaron radicalmente a partir de 1968. Además a tres décadas de esa revolución, "los 'objetos de la crítica' [...] ya no existen o están completamente en crisis, mientras que en cambio las demandas más generales y los descendientes mismos de esos movimientos sesenta y ocheros gozan hoy de una vigencia indudable" (pág. 72). Apoyándose en Braudel, considera a 1968 como una revolución de larga duración comparable al Renacimiento o la Reforma, que en un "futuro no demasiado lejano" podría ser "la anticipación también anunciadora de todo un nuevo sistema histórico" no capitalista. (pág. 76) 

En el cuarto capítulo ("1989 en perspectiva histórica"), al igual que en otros de los artículos que componen su libro, el autor realiza un ejercicio de superar la visión del tiempo corto, para examinar acontecimientos de diferente temporalidad, hechos de diverso espesor y densidad que se desarrollan como historias "paralelas". En el caso de 1989, lo ve como punto culminante de la revolución cultural de 1966-69. Una similitud muy notable entre ambas coyunturas es el de la contradicción entre la estructura económica y las formas político-institucionales, acompañada de la crítica de la izquierda tradicional. Sugiere, desde una postura optimista, que 1989 podría llegar a ser "el punto de arranque de la etapa final de vida de la actual modernidad capitalista." (pág. 90) 

El capítulo sexto, referido a los hechos del 11.9. de 2001, brinda un buen análisis y resumen sobre el contexto inmediato y reciente, junto con sus efectos presentes y futuros, de los atentados contra Nueva York y Washington. La parte más interesante es su análisis dentro del marco del registro temporal del último medio siglo, en el cual se puede ver esos hechos como "un síntoma" dentro del proceso profundo del "ciclo global de la hegemonía estadounidense", que asiste desde 1972-73 a su "decadencia hegemónica", en donde EE.UU. "ya no es capaz de definir en solitario la geopolítica mundial" (pág. 119), La respuesta estadounidense al 11-9 no es sino "una nueva y desesperada estrategia por conservar [...] el suministro regular del petróleo de la zona árabe" (págs. 122-3).


En el capítulo siguiente -"Las lecciones de la invasión a Irak"-, Aguirre sostiene que valiéndose de los atentados de 2001 como coartada, el régimen de EE.UU. ha instaurado un nuevo "maccartismo (sic) planetario" tanto en el frente interno como exterior, el cual ha marcado el decurso internacional en los últimos años. No es posible desligar la invasión a Irak y el "nuevo maccartismo" del proceso de "decadencia histórica como potencia hegemónica del sistema capitalista mundial" de EE.UU. iniciado hacia 1972-3, por lo que esa invasión lejos de demostrar fortaleza, lo que mostró fue debilidad y desespero. (pág. 130) 

Se plantea que el lanzamiento de este macartismo planetario fue la salida diseñada a una catástrofe económica inminente en 2001, por el complejo industrial-militar en alianza con las grandes petroleras estadounidenses, bajo el régimen de Bush II. Sin embargo, esta agresiva política imperial en algún momento colapsará merced al creciente declive económico de EE.UU. 

Tras un breve capítulo VIII, donde llama al desarrollo del marxismo para estar a la altura del siglo XXI y dejar atrás su "adolescencia", los tres capítulos finales se dedican a América Latina. 

En el titulado "América Latina hoy" se intenta ofrecer un análisis del "semicontinente" desde una perspectiva de larga duración, globalizante y crítica. Aguirre reconoce "ciertos trazos civilizatorios de larga duración que definen la civilización de América Latina : Ha sido en el último medio milenio la civilización "más dependiente y subordinada " de todas. Como consecuencia ha sido también la más desigual. Un tercer trazo es el de ser la más joven y por tanto de cambios muy rápidos. Combina un amplio mestizaje con un profundo cosmopolitismo. Luego de un análisis de los grandes problemas del "semicontinente" hoy, concluye con una visión optimista del futuro. América Latina podría -en los próximos 50 años- por fin superar el "subdesarrollo", y tendría un papel central en el surgimiento del "nuevo sistema histórico" post-capitalista, gracias a su "juventud, su fuerza vital, su profunda condición mestiza y su arraigado cosmopolitismo", fundamentales para el "diálogo intercivilatorio" abierto y plural que sería la base de la nueva cultura mundial. 

En el penúltimo capítulo, el autor considera que la agresividad imperialista se ha concentrado en dos áreas: el Cercano Oriente y América Latina. EE.UU. ha decidido, en medio de su creciente declive frente a Europa y Japón, concentrarse y replegarse en su tradicional zona de influencia. El ALCA es parte de su estrategia para afianzar su control económico y político sobre América Latina. 

Finalmente el libro cierra con una reflexión sobre las "Encrucijadas actuales del neozapatismo mexicano". A 10 años de la irrupción pública del EZLN en 1994, el autor señala las encrucijadas que se le presentan tanto a nivel nacional como internacional, porque el neozapatismo se ha erigido "en una suerte de 'modelo ejemplar' de lo que deben ser y de lo que deben hacer hoy, todo el conjunto de los movimientos antisistémicos y anticapitalistas del mundo." (pág. 208) Se pregunta si, entre otros desafíos, podría detener el ALCA. Hoy sabemos que la fuerza decisiva para detener y enterrar el ALCA fueron Estados como Venezuela, Brasil y Argentina, y que el protagonismo principal ha sido de la Venezuela bolivariana, gracias a que Hugo Chávez y su Movimiento V República conquistaron el poder. 

Efectivamente, y tal como se ha visto en esta reseña, a lo largo del texto hay un énfasis fuerte en el papel e importancia de lo que Aguirre llama nuevos "movimientos sociales anticapitalistas y antisistémicos". Así por ejemplo, para el autor "si alguien ha de ser capaz de parar" los irracionales designios imperiales, serán estos movimientos tanto dentro como fuera del Imperio. (139) Ello está en sintonía con su idea de la supuesta "muerte" cercana de los Estados y la política, incluyendo la "vieja izquierda". Es un punto discutible que habría que matizar. Por ejemplo, al margen que el socialismo cubano fuera "fallido" (como diría Aguirre) o no, cabría analizar hasta qué punto, por ejemplo, el PC cubano es parte de lo que él llama la "vieja izquierda". Y sin infravalorar para nada el papel que ha jugado y jugará la abigarrada gama de nuevos movimientos sociales, es útil analizar el papel de países como Cuba, Venezuela, Bielorrusia, Irán y China Popular -todos revolucionarios a su manera- en el proceso hacia el socialismo que algunos llaman "del siglo XXI". En el difícil contexto actual, hay que ser optimistas como el autor pero no sólo por las luchas de dichos movimientos, sino porque el nuevo mundo posible anhelado por ellos -y al margen de errores y deficiencias que siempre habrá- ya es, al menos en parte, una realidad en dichos Estados. 

En general, una diferencia que tengo con este estudioso mexicano es el de la necesidad de matizar ciertas afirmaciones. Para él, por ejemplo, las revoluciones en la URSS, China, Vietnam y Cuba fueron simplemente intentos "fallidos", pasando por alto las diferencias enormes entre ellas. Considera el "socialismo real" como "una forma extraña de capitalismo estatal centralizado" (afirmación equivocada de entrada porque la burocracia dominante ni siquiera se constituyó como clase social), pero al cual sin embargo le concede que supuso un "enorme progreso" en muchos aspectos. (pág. 46) Pero el análisis de las experiencias del llamado socialismo real debiera matizarse más. El caso de la RDA puede llamar a la reflexión: en muchos aspectos del desarrollo económico y la productividad -en los que se le ha achacado a dicho socialismo el haber ido siempre a la zaga del capitalismo- se equiparó o superó a muchos países capitalistas: el verdadero "milagro económico" se produjo allí y no en la RFA. 

Esta obra de Carlos Aguirre Rojas no sólo es de lectura recomendada tanto a conocedores como profanos en el tema, sino que es uno de esos libros que todo ciudadano -en estos tiempos angustiosos- debería conocer. Y ello porque allí encuentra una síntesis afortunada de gran parte de la temática -apoyada fundamentalmente en las ambiciosas obras de análisis global de historiadores como Wallerstein y Braudel, entre otros estudiosos-, junto con algunas hipótesis, reflexiones y preguntas que en forma adecuada presenta el autor.


Agosto 27 de 2007.