viernes, julio 02, 2010

La nueva cocina socialista que surge en las entrañas del capitalismo

La historia enseña que en las transiciones de un modo de producción hacia otro siempre existen elementos que de algún modo preparan o anuncian la sociedad futura, y viceversa: elementos de la vieja sociedad sobrevivirán en la nueva por mucho tiempo.

En esto pensaba cuando hace un par de días leía un texto periodístico de Laurie Woolever aparecido originalmente en The New York Times, donde comenta que en Nueva York “los trueques de comida casera están en alza”. La reportera Woolever muestra -sin proponérselo- a gentes de la capital del mundo capitalista y de otros lugares del Imperio asumiendo una lógica contraria a los valores predominantes en el sistema. Pequeños grupos de personas, superando el individualismo, acuerdan sistemas colectivos de cocina para proveerse de alimentos preparados en casa, mediante trueque. “El objetivo es reducir el tiempo empleado en la cocina y, a la vez, aumentar la calidad y variedad de lo que se come.”

Mientras el sistema, por medio de su hegemonía cultural, les dicta el individualismo como uno de sus valores supremos, estas personas se dan cuenta que les va mejor juntándose con otros. Mediante sistemas colectivos de cocina no sólo ahorran dinero sino sobre todo tiempo. Y descubren que la felicidad no consiste en consumir y gastar dinero al infinito -como les dice el sistema-, en este caso comiendo fuera en restaurantes, sino en cosas tan sencillas como intercambiar en trueque con otros comida preparada por nosotros, y en el contacto y amistad con nuestros compañeros de cocina colectiva.

Estos pequeños gestores de cocina colectiva se dan cuenta, en la práctica, que el capitalismo no es tan “racional” como continuamente éste se auto-ufana. Comprueban que el individualismo no es lo mejor y más racional a la hora de cocinar y alimentarse. Y esta gente, en particular las mujeres, consigue -así fuera mínimamente- liberarse de las cadenas de esclavitud que el sistema les ofrece como vida. Las mujeres conocen mejor que nadie que bajo el capitalismo cocinar en el hogar es una labor esclavizante: como tal no se retribuye, ni está considerado un trabajo. Consume mucho tiempo pero nadie les paga.

Entonces, en las propias entrañas del Imperio y del capitalismo parasitario y decadente, presenciamos que surgen elementos socialistas, que quizás no imaginaríamos, como en este caso una nueva cocina más racional y humanista.

No podemos saber cómo será la nueva cocina socialista, más allá que seguramente existirá bajo una diversidad de formas, pero sí tenemos alguna idea sobre cómo funcionaba en la antigua Alemania socialista, a mediados de los 60's.

Dos viajeros y estudiosos argentinos, Cuzzani y Bauer, durante su visita a la cooperativa agraria y ganadera de Semlow en un pueblo en Mecklemburgo -hacia 1967-, encontraron que la preparación de comidas para los cooperativistas se realizaba en cuatro cocinas, en el antiguo palacete de los condes Von Behr Negendank, donde había también un restaurante con autoservicio. “La comida se distribuye mediante automotores por el campo para los que no pueden o quieren interrumpir el trabajo. Este sistema libera a las mujeres de las tareas de cocina, de manera que pueden trabajar con sus maridos y ganar dinero. Y las que trabajan en las cocinas de la cooperativa, también ganan dinero por desempeñar una función pública y productiva.” (pág. 109)

Tal era la realidad del socialismo en la República Democrática Alemana (1949-1990); el mero hecho de su satanización en el mundo capitalista es quizá la mejor prueba de que no todo fue un “fracaso” en la antigua Alemania socialista. Y el artículo de Woolever sugiere -sin querer- por el contrario el fracaso absoluto del capitalismo, también en la cocina, y por tanto la necesidad de superarlo.


REFERENCIAS:

Laurie Woolever, “Cómo preparar un plato, pero comer muchos más”, La Nación, Buenos Aires, junio 30 de 2010, sección 4, pág. 10.

Agustín Cuzzani y Alfredo Bauer, Milagro al Este, Buenos Aires, Editorial Cícero, 1967.